Ella, de Roberto Rutigliano


Es madrugada… para mí siempre es madrugada. Es el espacio del día que tiene química con mi interior. El ambiente está, me acerco al escritorio y pienso unos minutos el tema para escribir. Tardo unos 10 segundos y ya quedo impregnado de su luz propia.
Un oasis de placer… en donde se ponen en juego los de placeres más profundos… que es imaginar y soñar.
Aparece ella… intensa… brillante. Parece que su presencia ilumina mi mundo… y aparecen mis deseos, mis ilusiones y mis miedos.
No la veo pero la imagino.
No quiero dejar este mundo porque en mi transitar encontré a la joya más preciada. Por eso me dan pena los que salen a buscar el amor. Ella hizo que el viaje que llamamos vida sea más agradable e ilumine mi mundo.
Alguna vez dije: “mujer brillante con ojos de platino”… me siento afortunado en pensar e imaginar así.
Lento y pensativo me alejo de mi escritorio… amanece y el amanecer es claro. Siento que me estoy yendo hacia la sombra de los árboles del cielo.

Roberto Rutigliano

Augusto Moterroso confesó alguna vez que aspiró toda su vida a inventar un género que tuviera algo de ensayo y algo de cuento, algo de poema y algo de confesión, más o menos breve y muy libre, en tono melancólico pero con ligero humor. Un estilo descuidado que pareciera recurrir a un requisito que no puede eludir. Borges lo definió a su manera: “Preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas, intercalar en un relato rasgos circunstanciales, simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa, la memoria no lo es” .
Así escribe Roberto Vicente Rutigliano.

Del Prólogo

Una vez le dije que su escritura era afectiva y él lo tomó como un incentivo.
Me acuerdo de la escena en que narra su encuentro con Troilo a la salida de un baile, cuando le pidió que tocase una música y el gordo sacó el bandoneón, apoyó la pierna en el guarda barro de un coche e interpretó “Inspiración”, un tango lindo.
Hace poco me contó que con su amigo Rugiero desafiaron a dos empleados que trabajaban en el bar del club Racing a jugar al codillo por plata, ganaron y los tipos no les querían pagar, después de argumentos consiguieron recibir en compensación un mazo de cartas nuevo. Uno se imagina la escena de los dos principiantes volviendo orgullosos a la calle Lemos, contando la hazaña para sus amigos.
Espero que los lectores puedan apreciar estas páginas como una confesión o un retrato amoroso de historias de otras primaveras.