Muchos escritores se encuentran con la dificultad de crear personajes que interactúen con diálogos ágiles, naturales y, sobre todo, entretenidos. Podés ser un genio planteando la situación, creando el contexto y describiendo a los personajes, pero a veces cuesta lograr que los diálogos, además de hacer avanzar la historia, sean mínimamente interesantes.
Unos diálogos fluidos, como los de Cuatro amigos de David Trueba, por ejemplo, nos permiten conocer a los personajes, conectar con ellos y sentirlos casi como parte de nuestro grupo de amigos. Si preferís diálogos más impactantes, que generen entusiasmo en el lector, pueden revisar cualquier libro de Philip Marlowe de Raymond Chandler. También pueden inspirarse en el humor absurdo de Jardiel Poncela, disfrutando de sus diálogos tanto en teatro como en novela, o, por supuesto, subrayar casi cada línea de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Estos son solo algunos ejemplos de obras que destacan por la genialidad de sus diálogos.
Si bien podés ser muy bueno en todo lo demás, si los diálogos se te complican un poco, probá con un poco de misterio, humor e ingenio, jugando con las palabras o metiéndote en la cabeza de los personajes para descubrir qué dirían y cómo lo dirían.
En este caso, les proponemos un ejercicio de creación de diálogos en una cena de viejos amigos. La clave es generar extrañeza a través del humor absurdo. Como no hay descripción de personajes ni conocemos la situación, entramos a la conversación sin saber nada. Lo que aprendamos de sus personalidades e historia será a través de lo que dicen.
Escena: Cena entre amigos (con un toque de humor absurdo)
—Hace mucho que no te veía, Laura.
—Considerando que vivo en otra ciudad…
—Sí, bueno… tenés razón. Me sorprendió tu llamada.
—Espero que haya sido una sorpresa agradable.
—Para mí sí.
—¿Y para ella?
—Bueno, ya sabés cómo es, siempre exagera todo.
—¿Encontrarnos en su cama seis días antes de la boda te parece una exageración?
—Qué sé yo, a veces las despedidas se nos van de las manos.
—Ese es justamente nuestro problema, Mario.
—¿Cuál de todos?
—Nunca supimos despedirnos. Desde el colegio estamos igual, siempre yendo y viniendo.
—Bueno, eso viene de familia, ¿tus padres no trabajaban en el circo?
—Fue una época, pero no te desvíes del tema. Nunca quisiste nada estable.
—Laura, no es fácil buscar estabilidad y salir con una funambulista.
—Muy gracioso, Mario. Eso fue hace mucho. Igual siempre te dije que nuestra tensión era mayor que la de esa cuerda.
—Una tensión que se resolvió, si mal no recuerdo.
—La sexual sí, pero miranos ahora, vos seguís con tu mujer, yo me mudé de ciudad…
—En realidad nada cambió. Cada vez que te miro viajo en tren a la estación del verano en el que…
—Cuidado, Mario, este tren ya no es de cercanías y puede descarrilar.
—¿Entonces para qué me llamaste?
—¡Pensé que serías diferente, que por fin habrías cambiado!
—Pero yo no quiero cambiar, cada uno es como es. Y vos siempre me dijiste que me querías así.
—Sí, bueno, esas son cosas que se dicen. Salir con alguien es una inversión, ya sabés, después le vas haciendo retoques todos los días.
—Qué idea perversa.
—Se llama relación.
—Pero sabés que nosotros no podemos tener eso. ¿Qué diría tu marido?
—Él no habla mucho, no le gusta meterse en las conversaciones.
—¿Es más de actuar?
—En casa es casi parte de la decoración.
—Un matrimonio de película.
—Algo así. Pero bueno, escuchame, te quiero decir algo.
—Ojalá sea lo que estoy pensando, porque no aguanto más. Nunca te vi tan linda.
—Dejalo, Mario, te tengo que decir algo: “Estoy embarazada”.
—¿Es mío?
—No, es mío…
—Sí, me refiero a si yo tengo algo que ver…
—No, ya te expliqué que hablar por teléfono mientras nos dejamos llevar cada uno en su ciudad no causa embarazos.
—He visto cosas más raras.
—Dale, Mario, dejate de joder.
—Y si yo no tengo nada que ver, ¿por qué me lo contás?
—Porque estoy enamorada.
—¿Él lo sabe?
—De vos, idiota, estoy enamorada de vos.
—No, me refiero a si lo sabe tu marido.
—Mi marido no sabe nada, ni de esto… ni de nada. Además, no es de él. No es de nadie. Es solo mío.
—¡Guau, qué posesiva! ¿No será por obra del Espíritu Santo?
—No, intervino un primo de mi marido, pero no quiero hablar de eso.
—¿Y no se hace cargo?
—No, por eso te llamé a vos, sabía que me ibas a entender. Quiero dejar a mi marido y empezar una vida con vos, la vida que siempre soñamos.
—Mirá, no quiero llegar tarde a casa, le toca hacer la cena a mi mujer y su lasaña es espectacular. ¿Querés venir a comer?
—Dejá de decir estupideces, no entendés nada. ¿En serio esa sería tu reacción si estuviera embarazada?
—¿No lo estás?
—No, idiota, no hay forma de que te decidas a dejar a tu mujer, ya no sé qué más decirte. ¡Estamos así desde el colegio, Mario!
—Capaz que nos tendríamos que casar.
—¿Hablas en serio?
—Sí, no sé, ¿no dicen que hay que salir de la zona de confort?
—Sí, claro, ¡pero eso es dinamitar toda la zona!
—Bueno, entonces presentémosle a tu marido y a mi mujer.
—¿Qué van a decir tus hijos?
—No tengo hijos.
—¡Hagámoslo!
—Hay mucha gente, Laura, pero si insistís…
—No me toques, no es el lugar… Hay que hacer las cosas bien.
—¿La pierna derecha no es un buen lugar?
—Me refiero al restaurante, idiota.
—Ah, perdón, no te había entendido.
—La historia de nuestra relación.
—No empecemos otra vez.
—Sí, empecemos de una vez, hablá con tu mujer y explicale todo. Nos vemos mañana a las diez en la estación y dejamos todo esto atrás.
—Bueno, no sé, veo qué onda y te digo. Me encantó verte. Cuidate.
En resumen:
Los diálogos pueden aportar diferentes matices a una obra, dependiendo de nuestra intención. En este ejemplo, buscamos sorprender con el absurdo, entretener y generar humor a través de las réplicas y contrarréplicas.
En futuras entregas veremos ejemplos de diálogos con otros objetivos. Un poco de humor siempre le da un toque interesante a cualquier conversación.