Durante siglos, la humanidad ha presenciado el avance de la tecnología con una mezcla de entusiasmo y recelo. Desde la imprenta hasta la inteligencia artificial, cada innovación ha traído consigo preguntas fundamentales sobre el lugar del ser humano en su propia creación. Pero hay algo particular en la escritura: a diferencia de otros ámbitos donde las máquinas han superado con creces nuestras capacidades, la literatura sigue siendo un territorio en disputa.
¿Por qué nos inquieta tanto la idea de que una IA pueda escribir?
La profesora Ksenija Vraneš, de la Universidad de Belgrado, analizó esta cuestión en su trabajo Artificial Intelligence and the Challenge to Human Literature: Revisiting Borges and Cortázar. En diálogo con Página|12, planteó una hipótesis reveladora: el miedo a que una IA escriba no proviene de su capacidad técnica, sino de lo que la literatura representa en nuestra identidad.
📌 ¿Escribir es solo una cuestión de técnica?
Desde que las computadoras existen, han sido capaces de procesar información de manera más eficiente que cualquier ser humano. Sin embargo, solo cuando comenzaron a generar textos que podían considerarse literatura surgió la inquietud de que se nos asemejaran demasiado.
¿Por qué? Porque la literatura no es solo un conjunto de palabras organizadas con coherencia y belleza. Es la expresión más elevada de la creatividad humana. Y, aunque en el mundo actual su valor de uso sea cuestionado, sigue siendo el espacio donde la existencia deja de ser mera supervivencia para convertirse en experiencia, en sentido.
🤖 IA, creatividad y la búsqueda de sentido
Lo que nos fascina –y al mismo tiempo nos inquieta– de la posibilidad de que una máquina escriba, es que esto supondría que posee no solo capacidad técnica, sino una necesidad de expresión artística. Que desee comunicar su existencia. Que busque conexión con el otro. Que tenga una catarsis.
Hasta ahora, hemos considerado que esas cualidades pertenecen exclusivamente a los seres vivos. ¿Podría la IA desafiar esa certeza?
Más allá de los avances tecnológicos, la cuestión sigue en pie: ¿qué hace que un texto sea literatura? Y, más aún, ¿quién escribe realmente cuando el que ordena las palabras no es un ser humano?